Sin duda Andy no era el vivo retrato de su padre. Por
el contrario, él reflejaba imagen de un pordiosero. Sus ropas parecían las de
un elefante puestas sobre un ratón. Estas expedían el fétido olor a transpiración
de cerdo. Su rostro fantasmagórico, pálido y sin expresión alguna, sus ojos
saltones de color tan profundamente oscuro como el de una tiniebla, escaseaban
del brillo de la vida. Y ni hablar de su cabello, que lucía como una escoba
antigua, alborotado y con un descuidado tono rubio el cual suponía ser un
legado de su abuela muerta. Así salía todas las mañanas intentando alcanzar
lentamente y por inercia alguna sobra que el destino le soltara. Al parecer, lo
único que intentaba incendiarse dentro de ese cuerpo frío, tal vez muerto, era
la extrañeza de las premoniciones que de algún lugar recóndito de su ser venían
a su mente logrando perturbar aquella existencia tan pasiva.
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Nos leemos 😉